jueves, 3 de julio de 2014

Desvinculación


Desvinculación





“El barba” a la izquierda, sus hombros cansados, a su lado, la pureza del alma manchada por una caja de ebria cordura. En la estación, sucumbe el canto pueril de un embrionario Lutero alcoholizado. En un costado, las arrugas pintadas al oleo, decoran el agitado andén de la estación José C. Paz. Él observa de soslayo el murmullo desolado de migajas andantes. Detiene su mirada, en el ritmo contagioso del andar rutinario, que acelera los pasos de aquellos negados, que se tropiezan, que avanzan con torpeza entre el vaivén de los cuerpos mortales. Desplegados en esa cárcel, que traslada desencantos, los movimientos coordinados de la multitud, lo perturban. Luego, el mundo se detiene, él se baja y logra evadir la tiranía ferroviaria. Se repliega calle abajo. La fuerza inmanente de la costumbre lo guía, lo desgasta, le inyecta displacer en sus arterias. Al rato, él se encuentra anclado en la parada del transporte, mientras los clérigos provocan caos en la muchedumbre buscando dioses de papel -esa es la liturgia de todas las noches, monjes buscando su comida en los bolsillos miserables de un harapiento espectador- la atmósfera se entrelaza al tabaquismo de la avenida y él perfuma su carne con aroma a ciudad. Más tarde, la meta se presenta como un juguete a estrenar. Retorna con certezas que lo empujan a retornar. Así regresa con sus viseras, nervios y huesos desgatados, mutilados violentamente por el látigo del reloj. En resumen, ansiedad, risas, malabares, naranjazos en el suelo, todo y nada. Su fin, regresar al sitio de donde nunca partió. Él es un transeúnte de un camino circular, espectador de su propia ruina. Sin embargo, regresa, cultiva el espacio, avanza, no retrocede, se obstina, lucha. Su pensamiento lo eyecta, lo transporta, lo desvincula del engranaje automatizado del ritmo -genocida- cotidiano. 



Escrito por Daniel Burkett







No hay comentarios:

Publicar un comentario